El mito de ir a Wembley
Un estadio modernizado que aún así mantiene su mística intacta. Una Catedral del fútbol que construye su relato sobre el peregrinaje de hinchas de todo el país. Un viaje al corazón del Reino Unido.
Hace casi un mes me anoté para escribir sobre esto, pero bueno, uno no puede controlar todo, ni siquiera en este espacio propio. Ya pasaron varios días de las finales del ascenso inglés y no es más noticia, pasó una fecha de Eliminatorias, incluso arrancó el Mundial de Clubes y creo que es lo único que importa. De hecho quizá debí escribir esto un año atrás, pero en ese entonces hice un reel.
El último 17 de mayo el Crystal Palace le ganó al City en la final de la FA Cup y logró su primer título grande en 120 años de historia. Lindo, un equipo chico del sur de Londres ganándole a un petro-estado. Que la final de la FA Cup se juegue siempre en Wembley es una tradición potente, llena de mística. Ni hablar que es una copa que se mantiene desde 1871 y que la han llegado a jugar unos 745 equipos del sistema piramidal inglés. Lo viejo, etcétera.
Pero hay algo de Wembley que le da más fuerza a su importancia simbólica y son las definiciones de los playoffs de ascenso. De eso vamos a hablar, edición deep gordo fulbo. El sábado 24/5 Sunderland le ganó 2-1 a Sheffield en el descuento y volvió a la Premier League después de 10 años, lapso en el que llegó a jugar varias temporadas en tercera, que, bueno, si no vieron Sunderland Till I Die no vieron el mejor documental de fútbol jamás realizado, y no digo de deporte solo porque existe Once Brothers. Si lo vieron, se levantaron del sillón con el gol agónico de Tom Watson.
El domingo 25/5 el Charlton le ganó 1-0 al Leyton Orient y ascendimos de tercera a segunda. mientras que el lunes 26/5 el Wimbledon FC le ganó al Walsall 1-0 y subió de cuarta a tercera. Todos estos partidos tuvieron el denominador en común de jugarse, justamente, en Wembley.
Segunda (Championship), tercera (League One) y cuarta (League Two) tienen estructuras iguales: 24 equipos, ascienden directamente los dos primeros y de 3 a 6 van a play-offs. 3ro vs 6to y 4to vs 5to, partidos de ida y vuelta. Los ganadores van a partido único por el ascenso. Me parece un sistema casi perfecto. Una liga con muchos equipos, que premia a los que más puntos suman, pero también a los que saben jugar partidos decisivos como el Platense de Orsigómez.
“Qué será, será, whatever will be, will be, we are going to Wem-bley”, cantan hinchas de todos los equipos cuando clasifican a alguna de estas finales. El destino está en manos de los dioses del fútbol, whatever will be, will be; ellos hicieron lo que tenían que hacer, y harán el último gran viaje, al corazón de Londres, a ese monstruo de 90 mil cabezas donde seguro les sobre lugar, por lo que desde el momento cero ya arranca la campaña de reclutamiento para la cruzada. “We are going” es el canto, vamos a ir, todos, aunque seamos una comunidad remota de 10 cuadras. En la cultura futbolera inglesa el viaje de visitante es parte clave de la mitología. Sea donde sea, el equipo que sea, siempre hay una banda que se sube a un tren, cae a la ciudad, se escabia en algún pub que le asignan, canta durante el partido, y se vuelve escabiando en el último tren.
Lo más maravilloso sucede si bajamos un escalón más. El pasado domingo 1/6 el Oldham Athletic le ganó 3-2 en el alargue al Southend United para lograr el ascenso de la National League a la League Two, el paso más difícil de todos. De quinta a cuarta. La National League es la cúspide del semi-amateurismo, que luego hacia abajo se va subdividiendo en categorías regionales improbables y regionalizadas. Es el paso más difícil porque la frontera hacia el fútbol profesional solo la cruza el campeón y el ganador de un play-off que, lógicamente, se define en Wembley. Si miro hoy los equipos que podrían llegar en 2026 hay un par que tienen estadios para 10 mil personas, pero la mayoría juega en reductos para 5 mil espectadores o menos, esas que haces el lateral casi desde adentro del pub.
En 2024, un poco por diseño y otro por circunstancias, me enfrenté a un fin de semana completamente solo en Londres. Nada de free walking tours o museos, creo que ya conté que me tomé un tren a Swansea el sábado para ver un partido de Championship, pero no que en vez de quedarme el sábado en Gales, volví en el tren de la noche. Sabía que mi viaje coincidía con las definiciones así que venía relojeando si alguna me coincidía. En vez de chequear fixtures categoría por categoría, entré a la página de Wembley y encontré oro: domingo 5 de mayo de 2024, final de la Vanarama National League: Bromley vs Solihull Moors. Jamás había escuchado estos equipos, tampoco estaba seguro qué liga era, por momentos tuve miedo de que sea una copa amistosa o sub algo, pero era mi chance de conocer la Casa del Fútbol Inglés.
Ya cuando saqué la entrada elegí bando: Bromley. Creo que porque el otro equipo no sé, no le entendí bien el nombre. Después fui sumando data, mi nuevo equipo es del suroeste de Londres, mientras que el otro viene desde Birmingham, por lo que seremos locales. Luego otro más: ni Bromley, fundado en 1892, ni Solihull, fusión moderna de dos clubes en 2007, traspasó jamás la frontera del fútbol semi-amateur. Uno de los dos va a jugar por primera vez en League Two. Voy a presenciar la historia.
Salís de la estación Wembley Park, te empezás a cruzar con murales de héroes del 66 y llegás a una especie de pasarela con unos fly banners en los costados y que termina en el gigante y su aro majestuoso. A medida que te acercás, cada vez es más grande. A los costados, puestitos de café, panchos y esas bufandas nefastas con los dos equipos que obviamente compré.
Una vez adentro, aplasta ver al gigante. Desacomoda un poco que sea una final y que haya tanto espacio vacío. 23 mil espectadores en un estadio de 90. Una imagen rara que si pasara acá putearía, pero que adquiere sentido. Ahí estamos, apretados en un costado con esta gente acostumbrada a mirar fútbol en una tribuna que apenas tiene 1.300 asientos. Atrás del arco agitan bastante, en la esquina donde estoy es un poco más familiar, me siento en una ciudad al sur de Londres a la que nunca fui y jamás había escuchado hasta hace una semana. Me imagino que el pelado que está al lado mío a la mañana pasea al perro en Church House Gardens, que el canoso de la fila de adelante tiene una peluquería en la Mead Way, y que el viejo a mi izquierda, que no suelta la cerveza, cuando era muy chico jugó algunos partidos en inferiores. En realidad estas cosas las estoy inventando ahora mirando Google Maps, pero no hay manera de que esta gente no se cruce en las esquinas de Bromley día a día.
Miro a los jugadores y veo pibes de la 5ta división que están jugando donde su país fue campeón del mundo, donde Higuita inmortalizó el escorpión, donde Messi le arrinconó una pelota a Van der Saar en la final de la Champions. También veo Woody Harrelson que no para de acomodar nuestra defensa. En realidad es Byron Webster, central de 1.90, con algo de panza, chapas doradas, casi 40 años y la cinta de capitán. A Michael Cheek, el resultado de una IA ante el prompt “dame el 9 más de ascenso inglés que tengas”, y claro, te da una mezcla entre Rooney y Vardy que aguanta todas, que le tire el cuerpo al rival para robar en el área y poner el 1-0, que luego se genera un penal y lo mete para el 2-1, y vuelve a acertar en la definición desde los 12 pasos. El nerviosismo es total. Dos veces en ventaja y ahora en penales, realmente reconozco la expresión en las caras de esta gente, sobre todo en los más grandes, saben que si no es hoy, jamás será, jamás verán al equipo de su ciudad pueblo en el fútbol profesional. Tan cerca. Ataja el arquero y el último lo pide Woody, que abre el pie y luego abre los brazos para inmortalizarse. No había otro jugador en cancha capaz de tomar esa responsabilidad, de pararse frente a un arquero en el medio de semejante Catedral y llevar a su equipo a donde nunca en más de 130 años.
Así como Wembley es una Mecca futbolera, una tradición, las canciones como la que mencioné más arriba visten la historia del fútbol inglés. No hay ascenso sin el “We are going up, we are going up”. Pero hay otra costumbre tan boluda como genial que es la de cantar una canción real, osea una canción no de cancha, así, un temazo porque sí, y hasta diría que uno random. Me había pasado ya en un pub medio bailable que cuando se estaba cortando la música se pusieron todos a cantar Wonderwall al unísono y fue realmente emocionante. Nada, eso pasa en cualquier lado, pero que los 15 mil vecinos de Bromley canten entre lágrimas “Sweet Caroline” de Neal Diamond es algo que me desacomodó totalmente, pero de lo que no voy a poder olvidarme jamás. En el “Sweet times never felt so good, so good, so good” gritado por estos hinchas de un equipo de 5ta división en el medio del estadio quizá más importante del mundo, quizá, habitó la verdad.
El primer partido en Wembley se jugó en 1923 y en 2003 fue demolido y hecho de nuevo, re-estrenado en 2007. La cultura del fútbol no tiene nada que ver con mantener una estructura vieja que se cae a pedazos, ni con frenar el progreso y la globalización. Nada de eso. Pero en la intersección entre lo comunitario y lo global, en la conexión entre el ídolo de tu abuelo y el tuyo, en el cruce entre el sentido de pertenencia y la proyección democrática de poder competir en cualquier lugar ante cualquiera; ahí sobrevive la esencia del fútbol.